Cuando necesito la aprobación de los demás

No es infrecuente encontrarme en consulta con personas cuyo problema es la “adicción” de la opinión de los demás. Necesitan la aprobación del grupo social que conforma su entorno para seguir sintiéndose bien, igual que el yonki necesita la heroína. Trataré de describir con más detalle el perfil de estas personas:

• Suelen ser personas que viven muy pendientes y atentas a las opiniones que otros vierten sobre ellas, buscan siempre y con ahínco la aprobación ajena, de tal modo que lo que puedan ellas pensar, opinar o intuir realmente sobre un asunto determinado pasa a un segundo plano.

• Lo que les importa es obtener el reconocimiento y el beneplácito de los otros, a ser posible en público.

• Son personas que se sitúan en el plano de lo socialmente correcto, que siguen lo que la moda o la opinión mayoritaria dictan en un momento dado, puesto que así es mucho más probable obtener la aprobación ajena y lo contrario les supondría enfrentarse al grupo, a la mayoría social, y quizá sentirse “señalados”.

El problema que albergan este tipo de conductas es que el “espíritu libre” que mora en el interior de cada persona queda prisionero, es más, son las propias personas que presentan estas conductas quienes lo hacen prisionero. No dejan espacio para promover sus propios anhelos, su propia esencia, su propio ser, su autenticidad. Con el tiempo, eso implica bajos niveles de autoestima, frustración, infelicidad y, finalmente, el menosprecio por uno mismo.

¿De dónde viene esa necesidad de aprobación por parte de los demás?

Generalmente es consecuencia de adoptar modelos socialmente bien vistos, que constituyen “lo bueno y lo adecuado” a los ojos de nuestros grupos de influencia, con los cuales nos relacionamos. Ello hace que tengamos un sentimiento de integración, de pertenencia, de aceptación, lo que a su vez genera que nos sintamos bien, felices… pero sólo es una felicidad momentánea, fugaz y que se desvanece como la brisa si para conseguirla hemos tenido que negarnos a nosotros mismos, contradiciendo lo que somos, lo que pensamos y lo que sentimos.

Estos comportamientos denotan inseguridades, miedos y temor a un fracaso social, a quedar excluidos del grupo, cosa que a nadie nos agrada. Nuestro entorno social tiende a ser una referencia y uno de los puntos de apoyo de nuestro equilibrio personal y emocional.

Pero entonces, ¿qué podemos hacer para no caer en la trampa de tornarnos “adictos” al criterio  y a la aprobación de los demás?

Para empezar es necesario decir que ser dueños de nuestra felicidad individual, ser coherentes con lo que somos y pensamos y reafirmar nuestra esencia, independientemente de que estemos más o menos alineados con lo que piensa la sociedad y nuestro entorno de referencia, es un valor en sí mismo que elevará nuestra autoestima y nos generará confianza en nosotros mismos, algo fundamental para el equilibrio vital y emocional de la persona. O dicho con otras palabras, merece la pena ser auténticos aunque ello comporte en ocasiones la desaprobación o el sentirnos ridiculizados por los que nos rodean, porque estaremos viviendo nuestra vida sin ceder ante los miedos que siempre acechan, sin condicionamientos ni chantajes emocionales de ningún tipo. Y ello trae consigo la verdadera aceptación de uno mismo, aspecto clave para conseguir la felicidad, no un sentimiento de bienestar efímero y escurridizo, sino una felicidad más real, estable y duradera.

Además, es habitual que suceda un hecho que a primera vista pueda parecer contradictorio: la sociedad, esa sociedad a la que a veces debemos enfrentarnos para reafirmar nuestro yo aún a coste de incomprensión o reprobación, con el tiempo acaba valorando y respetando más a aquellas personas auténticas, genuinas, que han defendido su autenticidad por encima de todo, que han sabido ser fieles y coherentes consigo mismas. Y es que, en el fondo, todos anhelamos evocar a aquellas y aquellos que han vivido sus vidas con pasión y autenticidad, sin cohibiciones, elevando su dignidad personal al más alto estadio.

Pensemos en ello. Vale la pena intentarlo!

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