La paciencia es la virtud que da al tiempo la oportunidad para que hombres, mujeres, proyectos, etc. maduren. Es la virtud que nos permite afrontar las adversidades sin desanimarnos y sin renunciar al momento presente. Evidentemente, pensar sobre la condición humana requiere una reflexión sobre el tiempo. El ser humano no llega a sí mismo sino a costa del esfuerzo y de la espera, del aprendizaje y de las múltiples etapas que debe superar, una a una; a fuerza de repeticiones, de volver a empezar tras el fracaso y de la alegría de ir más lejos que ayer. La paciencia enseña al hombre a vivir lo inacabado no como aquello de lo que hay que huir a toda costa, sino como aquello que hay que amar y superar a la vez. Sin embargo, tener paciencia no significa renunciar al momento presente, muy al contrario, significa saborearlo al máximo, al mismo tiempo que somos conscientes de que todo tiene un proceso de maduración, que no debemos acelerar. Del mismo modo, no se debe confundir la paciencia con la pasividad negativa y la indiferencia, que nos llevan a aceptar con resignación lo que nos ocurre, a no luchar por nuestros objetivos y a abandonarnos en manos de la suerte. La paciencia encierra en sí misma una pasividad positiva, no como renuncia a hacer cosas para alcanzar las metas, sino como consentimiento consciente en dejar que el tiempo pase, tal y como ocurre con la paciencia de los campesinos, en la que toda buena cosecha va precedida de una espera. Es bien sabido que sin paciencia es imposible alcanzar la mayoría de los proyectos importantes de nuestra vida. Afortunadamente, si se cultiva adecuadamente, la paciencia es una virtud que se puede desarrollar.
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