Hoy sabemos que se produce una interacción continua entre emoción, comportamiento y pensamiento de tal forma que se retroalimentan permanentemente: la emoción influye en el comportamiento y en el pensamiento; a la vez, el pensamiento influye en la forma de vivir la emoción y en la dirección del comportamiento.
La competencia emocional consiste en un conjunto de habilidades, conocimientos y actitudes que permiten comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales, lo que facilita una mejor adaptación a las circunstancias de la vida, así como los procesos de aprendizaje, las relaciones interpersonales, la resolución de problemas, etc.
Las emociones también están relacionadas con problemas de la sociedad actual: la ira, la rabia, el odio, el miedo, la inseguridad, etc..., y están en la raíz de problemas como la anorexia o la bulimia, la violencia de género, la violencia escolar, la xenofobia, la drogadicción, la dificultad para trabajar en equipo, la falta de iniciativa o la carencia de un proyecto personal.
De esta forma, es evidente que es necesario prestar atención al aprendizaje de las capacidades emocionales que ayudan al desarrollo integral de los niños, pues las competencias emocionales son entendidas hoy como competencias básicas para la vida.
Sin embargo, si dejamos el aprendizaje de las emociones a su suerte, corremos el riesgo de perder la fantástica oportunidad ofrecida por la lenta maduración del cerebro para ayudar al niño a cultivar un sano repertorio emocional.
La competencia emocional va de la mano de la educación del carácter y del desarrollo moral del niño. Desde que el niño es pequeño, y juega con otros niños, es importante ir enseñándole lo que significa el respeto a los demás (mediante el respeto de turnos, pidiendo las cosas y no quitándolas, aprendiendo a iniciar juegos, etc). Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si la educación emocional comienza desde la infancia (educación emocional infantil).
Si preguntamos a cualquier persona si le enseñaron a querer o si tuvo deberes sobre cómo comunicarse mejor, la respuesta suele ser negativa. En este sentido, existe la creencia de que las capacidades emocionales no se pueden enseñar y que no se pueden aprender, simplemente, se sienten.
El sentido común nos indica que las capacidades para lograr una vida plena y satisfactoria no son inherentes a la persona, sino que deben adquirirse. Es decir, podemos ayudar a los niños a desarrollar las capacidades emocionales que aumentarán sus posibilidades de conseguir una vida satisfactoria: en nuestras manos está el enseñar estas capacidades a nuestros hijos.
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